El soundtrack compuesto por Michael Giacchiano es emocionante y poderoso, profundiza en la obscuridad y la fuerza de la historia a través de las cuerdas. Tiene una base que recuerda inmediatamente a Batman Returns de Tim Burton (soundtrack de Danny Elfman) y en particular, a su Catwoman interpretada por Michelle Pfeiffer, la más legendaria en las últimas décadas. Seguramente no es coincidencia ese guiño al pasado, así como sus otros guiños a versiones anteriores de Batman, pues algunas piezas asemejan a la obra compuesta por Hans Zimmer para la trilogía de Nolan.
El primer gran problema para The Batman es que es una cinta policiaca donde Batman es un mero pretexto. Si despojáramos al personaje del traje, el protagonista podría ser un joven detective solitario con ansia de justicia para su ciudad y la trama no cambiaría prácticamente en absoluto. Apenas hay un par de escenas de acción donde Batman hace gala de ser un superhéroe. Y es que, si el personaje no tiene nada que lo sitúe por encima del sistema de justicia de su entorno, ¿cuál es el sentido de que use una capa y una máscara?
En términos de historia policiaca, no es una mala historia, su conflicto viene porque no termina de unir lo policiaco-político con la ficción del cómic y la fantasía del superhéroe. Se puede hacer una historia sombría y compleja, pero el superhéroe no puede dejar de serlo y tememos que poder apreciarlo en todo su esplendor. Batman es un ser humano como cualquier otro, millonario sí, pero humano finalmente. Por tanto, sabemos que su salto viene cuando usa toda la tecnología en su poder para tener un traje, un vehículo, gadgets y todo lo que la imaginación pueda concebir para convertirse en un ícono y, por supuesto, que lo provea de ventajas sobre cualquier otra fuerza. Eso no pasa en The Batman. Además, el riesgo de presentar al superhéroe joven es interesante cuando vemos al Batman impulsivo, agresivo, inexperto y a veces torpe, pero resulta plano y poco emocionante con el Bruce Wayne de Pattinson.
El segundo gran problema de la cinta, intrínsecamente unido al primero, es que no puede divorciarse de su idiosincrasia norteamericana, por ende, blanca, paternalista y heterosexual. Y no es que no se puedan estructurar todos estos conceptos en una película, pero en The Batman explican la reducción a ciertos clichés, como que el momento de mayor emoción es una secuencia de persecución en autos a toda velocidad (llevada magistralmente, sí) o que esta Catwoman, interpretada por Zoë Kravitz, sea meramente un cliché sexual en un corsé de cuero negro que ni siquiera logra tener un atuendo identificable, mucho menos justificable: un traje negro y un pasamontañas no son suficientes para crear un personaje memorable, no ésta vez, al menos. Y, sin embargo, en cierto modo es más heroína que el propio Batman. Es una mujer negra, con pocas posibilidades económicas, que trabaja infiltrada como una mezcla de mesera-escort en el antro donde converge toda la corrupción de la ciudad. Arriesgando su vida para obtener su propia venganza, palabra clave en la historia.
Y aunque el tema es la lucha del bien, representado por el sistema de justicia, para desterrar el mal, representado por el narcotráfico, no se profundiza en este tema del que hoy tenemos cientos de análisis y explicaciones, como la conexión del narcotráfico con la venta de armas, legal en Estados Unidos, y por supuesto, la enorme demanda de drogas por parte de sus ciudadanos. Y lo irrisorio de la historia es que incluso al final, el propio Batman tiene que doparse con algo para lograr terminar su lucha contra un montón de minios, porque el supervillano ya está tras las rejas.
Siguiendo el cliché, la esperanza recae en una nueva autoridad política, sólo que esta vez encarnada en una alcaldesa mujer y negra, muy conveniente para la política contemporánea.
Comenzamos percibiendo a Riddler como un asesino en serie, para descubrir que es en realidad un vengador social, recordemos que es un huérfano hundido en la miseria y sin ninguna posibilidad de acceso a la justicia, que logra armar una investigación magistral sobre las altas esferas de la corrupción. Y de pronto el guion lo convierte en un desequilibrado mental y resentido con la sociedad que sólo quiere destruir la ciudad y asesinar a la mayor cantidad de ciudadanos posible… es decir, otro clásico cliché del villano. Es un giro más que injusto porque, como se mencionó anteriormente, esta no es una película de superhéroes propiamente, y no está dirigida a un público infantil.
Pero el giro más desaprovechado para poder profundizar más en una historia arriesgada y provocadora, es el del propio padre del protagonista, el difunto Thomas Wayne, cuando se descubre que, al estar involucrado en la política, y ésta a su vez unida al crimen organizado, tiene que pedir favor al crimen para lograr ser elegido alcalde sin que su imagen sea manchada. Esta premisa pudo ser más interesante para desarrollar otra narrativa, pero de nuevo, la película vuelve a su blanquitud redimiendo al padre porque, evidentemente, los millonarios filántropos no pueden ser malos ni corruptos.
Aunque no es un desperdicio total, la película no logra ser magistral en su totalidad y puede hacernos perder el interés en la historia cuando comienza a aparecer un cliché sobre otro. Habrá que ver las siguientes entregas planeadas en esta nueva trilogía para saber si logrará superarse y consolidarse, así como lo hizo The Dark Knight.
Este texto fue publicado en la revista Siglo Nuevo del periódico El Siglo de Torreón el pasado sábado 14 de mayo en su edición No. 415.
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