Dijimos, bromeando, que habríamos de volver a tu casa cerca del lago cuando yo tuviera 38 y tú 41, como si fuera algo lejano, como si fuéramos un par de adolescentes fantaseando con el futuro. En realidad, no faltaba mucho tiempo para tu cumpleaños ni para el mío. Esa peculiar coincidencia entre tú y yo. ¿No te parece interesante cómo esas “coincidencias” van haciendo que nos encontremos en el camino y que nuestras vidas se vayan tocando entre sí?
Me sentí un poco avergonzado cuando deslizaste la idea de que había actuado de manera incorrecta en nuestro último viaje, un año atrás. Y me sentí totalmente sorprendido cuando esta vez, allí, frente al espejo y detrás de la cortina, sonreíste y dijiste “sé que quieres hacerlo, adelante”.
“¿De verdad?” te pregunté con una mezcla de contradicción y emoción.
[…] gracias porque vives, porque ayer me dejaste tocar tu luz más íntima, y porque dijiste con tu voz y tus ojos lo que yo esperaba toda la vida. Le escribió Frida a Pellicer en esa carta que te envíe por la noche, cuando volvimos a la ciudad.
Regresé a casa sintiéndome diferente, ligero, envuelto en el recuerdo de esas últimas 24 horas, de los árboles agitándose con el viento mientras tú y yo comíamos en el patio, de las nubes rosas que nos sorprendieron inundando el cielo, de la obscuridad en el lago después del atardecer, de la mezcla de mis manos, tu respiración y tus ojos cerrados; de ese abrazo con el que nos despedimos.
Ya tengo 38 y tú ya tienes 41, y de nuevo el silencio se hizo presente entre los dos, como es costumbre. Pero esta vez tu silencio está acompañado de algo más que no puedo interpretar, y comienzo a pensar que quizá no bastará esperar un año para volver a tomar la carretera y viajar a tu casa cerca del lago, a ese espacio apartado del tiempo y del resto del mundo que, de alguna manera, incluso sin querer y sin darnos cuenta, nos iluminó como un fuego artificial estallando en la noche.
Si ese silencio se perpetúa, si esa casa desaparece de tu vida, si ese lago se seca y si el viento jamás vuelve a mover los árboles como aquel día; sé que podré encontrar entre mis lápices y pinceles, un gis blanco, para dibujar una puerta y entrar de nuevo a esa casa, caminar hacia el patio, tomar aire y dar un soplido para que los árboles revivan y sus hojas se tornen rojas para volar en forma de nubes sobre el lago, daré unos pasos sobre el agua para encontrarte contemplando el atardecer y con la cámara en mis manos, volveré a retratarte frente a mí.
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